Hombres de hierro

Alguna vez me he preguntado porqué nada cambia en un país donde las desigualdades son la regla, y la justicia la excepción (en verdad esta pregunta me la he hecho una y mil veces y como no he encontrado aún la respuesta me la haré mil y una veces más).

En esta sociedad gobernada por las leyes de mercado hay más y mejores oportunidades para los que más tienen. Ante estas fallas del mercado, el Estado debe intervenir en favor de los desprotegidos por intermedio de sus instituciones; por ejemplo, mejorando la distribución del ingreso con estrategias en las cuales el gasto público y el sistema tributario sean utilizados como mecanismos para materializar la igualdad de oportunidades. Esas fallas son nuestro problema. Esa es nuestra realidad, y no la que nos muestran los medios de comunicación, que están harto más preocupados por otras cuestiones.

A las instituciones hemos confiado nuestra libertad, y por esto ellas deben impartir justicia, defender nuestros derechos, educar, curar, y asistir a quienes han quedado inermes; esa es la tarea que deben cumplir. Si las instituciones no cumplen con las funciones que les son propias la sociedad se enferma, allí aparecen los síntomas, y la violencia es uno de ellos.

La responsabilidad de que las instituciones cumplan su función es múltiple. Por un lado de los hombres que las conducen, por otro de quienes las controlan, y por último de la sociedad toda.
Deben estar equivocados quienes aseguran que los que tienen el poder de hacer que las desigualdades no sean tan marcadas, que los que tienen las armas necesarias para que una vez salga un tiro para el lado de la justicia, que los están al frente de nuestras instituciones, no están interesados en modificar en un ápice esta situación, porque de ser así estaríamos negando la realidad para poder vivir.

Tampoco creo que quienes controlan a las instituciones no cumplan con su función, y que en lugar de defender los derechos de los ciudadanos comunes defiendan otros intereses. Aunque me permito desconfiar de esa convicción. “El hombre que desea la verdad en un sentido limitado ansía sólo las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida; y es indiferente al otro conocimiento, el hostil, el de los efectos perjudiciales para el alma” diría el filósofo.

Por último en el resto de la sociedad hay (todavía) hombres indiferentes a esta realidad, y (todavía) hombres que luchan ante las adversidades. Los primeros son mayoría. Mala cosa para una sociedad democrática. Los últimos son los menos, y son los que ponen su capacidad, su tiempo y su cuerpo en una lucha desigual, en una batalla que bien saben van a perder. Pero no les importa, porque también saben que no es el resultado final lo que interesa, sino el esfuerzo y la entrega total a una causa justa, sobre todo en estos tiempos en que la justicia es lo infrecuente.
Por ellos creo, aunque sea improbable, que quizá un día las cosas van a cambiar. Ver a algunas personas poner manos a la obra y trabajar duro para cambiar la realidad me ha llevado a mantener la ilusión. Esas personas marcan el camino, ellos son los hombres justos, ellos son los hombres de hierro.

Espero yo también alguna vez ser uno de ellos, ya que pertenezco a la clase de hombres que no son justos, pero que nunca perderán del todo la esperanza de serlo.

Martín Gavio